Fuente: www.portafolio.com.co
En días pasados, el Editorial de este importante diario reseñó algunos tópicos relacionados con la situación del agro, y calificó al sector como una ‘locomotora incierta’. Aduce el artículo, que es fundamental eliminar el ‘proteccionismo, que ha hecho que sea más rentable para un productor buscar ayuda estatal que explorar mercados externos.
Ciertos argumentos de sustento de la nota, resultaron ser viejos conocidos, emanados de estudios en los que las fórmulas abundan. y serían válidas, si la realidad no fuera distinta a los postulados bajo los que Colombia es la única protectora, y la agricultura internacional crece sin distorsiones y protección… Algunas veces se pretende sustentar una tesis presentando una sola ‘cara de la moneda’, en este caso, la de la protección a la agricultura en el país a ‘bienes que no lo ameritan’, dejando de lado promisorios productos que dinamizarían las exportaciones colombianas.
Nunca la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) se ha opuesto al análisis de las políticas, siempre y cuando se haga teniendo en cuenta las variables que determinan las condiciones imperantes en el mercado nacional e internacional. Como no se trata de desvirtuar un trabajo académico que responde al interés del libre comercio, es obligación de entidades como la SAC ilustrar a la opinión sobre la ‘otra cara de la moneda’, para que el país se haga una visión de conjunto sobre el tema agrícola a partir de realidades nacionales e internacionales.
Para ello, resulta imperativo apartarse del juicio individual de un país, como si este estuviera apartado del mundo, lo cual parece una visión más bien cerrada y aislacionista, en un mundo que cada día tiende más a la globalización, excepto en la agricultura, claro está.
La protección que se endilga a la agricultura colombiana se da a diario a nivel internacional, salvo contadas excepciones que confirman la regla. Esta dista mucho de ser única, pues en el mundo cercano y lejano existe, y de gran magnitud. En la tabla 1 se ilustra bien la protección aplicada en 5 países de Latinoamérica, en la cual no es Colombia la única, y naciones que son puestos como los adalides del mercado, porque aumentaron su producción de moras o aguacate, como México, distan del libre comercio en los bienes que realmente determinan la producción y la demanda mundial agropecuaria.
Parece increíble que países como Brasil, primer productor y exportador de azúcar del mundo, aplique aranceles de 16%, en tanto que Colombia aplica 20%. Y ¿qué decir de México o Costa Rica?, donde la protección arancelaria a la leche es de 87% y 49%, respectivamente. Cabe aclarar que el arancel actual de la leche en Colombia es de 98%, debido a una decisión coyuntural de política, derivada de la mala negociación con la Unión Europea.
Obviamente, no faltará quien salga a abogar por el ideal chileno, lo cual es entendible para un país que en ninguno de los bienes transables es productor significativo, y aún así, mantiene legítimamente instrumentos como las franjas de precios de azúcar, trigo y harinas de trigo.
Se complementar lo anterior con el análisis hecho por la SAC en materia de protección para otros 5 países, esta vez de la órbita desarrollada, en los cuales nos hemos basado en los aranceles verdaderamente aplicados por dichos naciones, lo que muestra muy a las claras cuál es el ámbito mundial de la protección. Cuando se aprecian aranceles hasta de 498% para la soya y 711% para el arroz blanco, cabe indicar que, mientras países como Colombia deben proteger algunos bienes con aranceles de 2 dígitos, los desarrollados aplican protecciones arancelarias de 3 dígitos a varios productos, lo que no los hace grandes librecambistas en el ámbito agrícola.
Es innegable que, en productos como el arroz, Colombia aplica y ha aplicado, desde hace años, un arancel de 80%, que parece alto comparado con el contexto suramericano, pero no menos cierto es que si se hubiera eliminado dicha tasa no existiría casi producción alguna del cereal en el país, mientras que hoy prácticamente nos abastecemos generando estabilidad en muchos municipios, cuya actividad económica principal es la producción de arroz.
De acuerdo con las tesis expuestas desde el inicio de la Ronda Uruguay de Negociaciones Comerciales Multilaterales de la OMC, algunos dirán que el secreto forzado es dejar de producir aquello que otros hacen más barato. Según dicho juicio, ya deberían estar liberados en el contexto internacional de los países desarrollados productos como el azúcar, el banano, las flores, el cacao procesado y gran cantidad de bienes, lo cual ha resultado una completa utopía, al punto tal que, en el mismo marco de las negociaciones de Doha, los países desarrollados han tratado de dejar por fuera de productos tropicales bienes como el café, el cacao o el mismo banano, ¡quién lo creyera!
Es importante enfatizar dos cosas: que la protección no es mala per se, y para juzgarla, objetivamente, es necesario tener el panorama completo; la segunda es que, para quienes piensan que abaratar importaciones tiene gran contenido social, hay que decirles que no deben olvidar que lo importante no es sólo el precio, sino la capacidad adquisitiva de la población de bienes baratos o caros, y que se destruye el aparato productivo generador de empleo no calificado, como es la agricultura, las clases menos favorecidas no contarán con el debido ingreso para comprar.
Por último, hay que señalar que el objetivo común es diversificar la producción hacia nuevos mercados, eso es innegable, pero en este caso la respuesta no puede ser tan simplista como a veces se propone, en el sentido de cambiar productos transables tradicionales por nuevas producciones como aguacate, moras o frutas.
Un ejemplo es el caso mexicano con respecto a EE. UU., como se aprecia en la tabla 3. Antes del Nafta (1991/1993), la balanza comercial agrícola en contra de México era de US$933 millones, en tanto que en el periodo 2006/2008, 14 años después de puesto en marcha el acuerdo, el déficit en contra de los mexicanos ascendió a US$3.047 millones. Esto, a pesar gran salto en producción y venta de aguacates de México que pasó de US$1 a US$374 millones, o en el total de frutales que saltó de US$322 a US$1.758 millones.
De contera, las importaciones mexicanas de aceites vegetales pasaron de US$633 millones en 1991/93 a US$2.292 en el 2006/2008, y en maíz, pasaron de US$914 a US$8.385 millones. ¿Quién perdió?, sin lugar a dudas, la agricultura mexicana. Por eso, antes de lanzar propuestas al azar, es indispensable analizar las condiciones y sustentar las conclusiones.