Lograr que las personas que forman parte de una empresa sean productivas ha sido por mucho tiempo la principal preocupación de la gerencia.

La dirección espera de los colaboradores que sean leales y productivos, que cada persona dentro del grupo haga realmente lo que se espera que haga y entregue terminado eso que se espera que entregue, sin entrar en guerras personales o novelas de oficina, sino que a pesar de las circunstancias adversas (siempre circundantes en cualquier lugar del planeta) la tarea se haga y entregue a tiempo, como la pidieron, o mejor que eso.
 

¿Cómo se logra esto?, ¿depende de los jefes?, ¿depende de conseguir buenos trabajadores?, ¿de que la gente esté motivada?, ¿del pago? de la presión que se le ponga al individuo?
 

Eso hemos creído y a eso le hemos apostado, para al final darnos cuenta que la lucha por alcanzar los resultados esperados sigue.
 

Debido a los cambios constantes en las economías y al desbarajuste moral en nuestra sociedad, la gente ha olvidado su propia responsabilidad por su productividad, incluso algunos creen que merecen su pago porque se esfuerzan o porque madrugan.
 

No es que la gente no quiera producir, sino que gracias a la incertidumbre provocada por estos cambios y a la falta de sustancia en la vida (metas, sueños y moral), la gente ha olvidado algo muy antiguo conocido como la satisfacción por el trabajo bien hecho.
 

Ahora solo se pretende ‘sacar ventaja’ y reducir el esfuerzo, trabajar con menos dedicación y descansar más. Sumado a esto en muchos lugares se considera una cualidad el hecho de que alguien sea tan vivo, tan avispado o tan capaz, como para lograr que le paguen su salario sin hacer nada, es decir, sin producir ningún resultado y, eso sí, aparentar que está muy ocupado.
 

Lo que a la gente se le ha olvidado (al punto de considerar el trabajo algo a lo que es mejor huirle), es que de las acciones necesarias para sacar un resultado valioso para otros se desprende una enorme cantidad de vida y satisfacción, totalmente necesaria para un individuo y para que este sienta que la vida y el trabajo valen la pena, y, de paso, que él como individuo también vale algo.
 

El olvidar este pequeño punto y aceptar dedicarse a sacar excusas o a encontrar maneras de ganar sin producir, ha conducido al hombre a una especie de desastre cotidiano en el mundo del trabajo.
 

¿Cómo se resuelve esto?. Primero que todo, se puede empezar estableciendo claramente el resultado (producto) de cada puesto, es decir, eso que la persona en su puesto entrega como su resultado a la persona que sigue en la cadena de producción.
 

Este ‘producto’ debe servir al que sigue, de manera que la persona que sigue pueda hacer su trabajo sin mayores complicaciones y sin tener que completar lo que el otro no completó.
 

Luego sigue determinar las acciones para que ese producto sea terminado y entregado, y que eso represente beneficio para otro.
 

La responsabilidad por alcanzar ese resultado es algo que el individuo debe y puede tomar por su propia decisión (no por presiones externas).
 

Este proceso es, básicamente, determinar qué es exactamente lo que se espera de su puesto como resultado, que tenga valor para el que sigue en la cadena de producción y, finalmente salga el producto final valioso de la empresa (de donde viene el dinero).
 

No se trata de ‘procesos’, sino del resultado del proceso.
 

El proceso muchas veces varía, pero el producto no. Cuando una persona entrega un producto a otro, que es justo lo que la persona que lo recibe quiere o estaba esperando, entonces ocurre el intercambio por ese producto (recibe dinero, agradecimiento, tolerancia o respeto).
 

Que las personas puedan hacer un producto valioso es vital para llevar a una organización hacia arriba, esto depende de la clara descripción del producto (que esto sea entendido) y de la ejercitación (ya que no basta solo con comprender el concepto).
 

Se necesita ejercitación para que ese resultado sea mejor cada vez. Cuando esto se logra, solo agrega experiencia y corrección, hasta alcanzar la verdadera competencia, esa que se puede ver en muchos profesionales que hacen cosas brillantes, y al resto de los mortales ‘nos parece que lo hacen tan fácil’.
 

Sí. Hay vida en el trabajo; además del dinero, hay vida que se desprende de hacer un producto valioso para otros. Puede llamarla felicidad, satisfacción, orgullo o como sea.
 

Esa sensación en realidad es ‘vida’ y es por cierto (aunque usted no lo crea) una parte muy importante del ‘pago’ que se recibe por el hecho de hacer un trabajo y entregarlo a quien le sirve sin importar si lo agradecen o no.

Tomado de:portafolio.co