No obstante, esta recuperación no pareciera reflejarse de manera consistente en el sentimiento de bienestar de las personas. Y esta situación no solo afecta a quienes sufren de desempleo o pobreza.
En los países desarrollados que han sido víctimas de las crisis, la clase media en general pareciera no sentirse menos estresada y temerosa es estos últimos años en los que la recuperación ha tenido lugar.
Algunos estudios recientes liderados por economistas y otros expertos sugieren que si quisiéramos entender las razones de esta situación, deberíamos medir cosas diferentes a las que tradicionalmente medimos.
Alan Krueger, economista de la Universidad de Princeton, comenta acerca de la desconexión que existe entre las métricas de ingreso nacional y cómo se sienten las personas en relación con sus vidas, lo cual ha atraído atención hacia medidas más amplias de bienestar social.
Por otra parte, los economistas Joseph Stiglitz de la Universidad de Columbia y Amartya Sen de la Universidad de Harvard, en un estudio realizado en el año 2008 para el Gobierno de Francia, concluyen que ha llegado el momento de cambiar el énfasis en las métricas de actividad económica hacia métricas más enfocadas en el bienestar de las personas.
Puesto que el bienestar de las personas tiene varias dimensiones, las decisiones de política pública no solo deben tomar en consideración variables tales como el ingreso, el consumo o la riqueza.
Otras variables relacionadas con aspectos tales como la salud, la educación, la seguridad, el medio ambiente, la satisfacción de las personas dentro y fuera de su trabajo, y el sentido de autonomía sobre la propia vida, son también una parte fundamental del mismo.
Este estudio incluso sugiere considerar las evaluaciones cognitivas que las personas hacen de sus vidas, la presencia de emociones positivas tales como la felicidad y emociones negativas tales como el dolor y la preocupación.
Por esta razón, si únicamente se piensa en las métricas económicas tradicionales, podría ser fácil perder de vista el impacto que las decisiones de política gubernamental podrían tener sobre el bienestar de las personas.
No podemos afirmar que estas ideas son del todo novedosas. Filósofos como Aristóteles afirmaron que la felicidad es el propósito último de la existencia humana.
La filosofía del Utilitarismo de John Stuart Mill y Jeremy Bentham sostiene que tanto los individuos como las sociedades deben procurar la maximización de la felicidad en su sentido integral.
Los aportes realmente novedosos de la Teoría Económica de la Felicidad van más allá de la parte puramente conceptual, al proponer el uso de métricas objetivas y subjetivas en la formulación y evaluación de las políticas públicas, al igual que metodologías para la realización de encuestas y análisis estadísticos especializados relacionados con los mismos.
Las métricas de felicidad nos solo se están utilizando a nivel macro. De manera interesante y con repercusiones prácticas en cuanto a la administración de los negocios se refiere, los estudios a nivel micro sugieren que sentirse feliz en el trabajo hace más productivas a las personas más productivas.
Los resultados del índice de bienestar de Gallup, concluye que la infelicidad y el “disengagement” de los empleados están correlacionados con niveles bajos de productividad en las organizaciones.
Teresa Amabile y Steven Kramer de la Universidad de Harvard también encuentran evidencias que sugieren la existencia de una relación causal entre la felicidad y la productividad de las personas.
La gran revelación de estos estudios consiste en la conclusión de que es realmente la felicidad la que nos permite conseguir los buenos resultados y el éxito en general.
Por el contrario, la sabiduría tradicional sugiere que la felicidad se obtiene como consecuencia de lograr el éxito. Es en este punto donde radica la importancia de considerar métricas más integrales del bienestar de las personas cuando procuramos evaluar el éxito de las organizaciones y la sociedad en general.
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