La celeridad o lentitud con que avanza una empresa, depende en buena medida de la rapidez con que la alta dirección y los ejecutivos toman las decisiones que a diario enfrentan en su trabajo.

Jefes que evalúan rápidamente las alternativas disponibles y deciden con prontitud el camino a seguir, le dan mayor dinamismo a sus áreas que aquellos que le dan mil vueltas a un asunto, solicitan el consejo de todos y aplazan por días una determinación.

Y es comprensible; pues quien toma una decisión siempre corre el riesgo de equivocarse y generar pérdidas, inconvenientes y problemas graves a la organización, pero cuando una decisión se demora, el trabajo se detiene, los empleados se exasperan y los tiempos se agotan. En muchas ocasiones se hace necesario trabajar horas extras y hasta improvisar para recuperar el tiempo que se estuvo a la espera de una decisión; en otras, los plazos se vencen y es el tiempo quien resuelve lo que el “ejecutivo” no fue capaz de decidir.

Para tomar una decisión correcta, lo fundamental es contar con información detallada y completa del asunto a decidir. El decisor confronta la información con su experiencia,  conocimiento e intuición, a fin de escoger, en cada caso, la alternativa más conveniente para la compañía. Si la información no es completa, se abusa de la intuición o se decide en  medio de circunstancias adversas, bien sea por presiones externas o acaloramiento emocional,  la decisión puede ser equivocada.

Ser capaz de reconocer un error y dar marcha atrás antes de que sea demasiado tarde, es una virtud poco común en la que aparentemente se sacrifican prestigio y poder. Muchas personas, antes que aceptar que tomaron la decisión equivocada, insisten en su posición y siguen adelante, a veces con consecuencias desastrosas. Nadie es infalible y todos podemos equivocarnos, pero no admitirlo y mantenernos en el error, es una doble equivocación que nos cobrarán con el tiempo.

Entre más grande y vertical sea una organización, más complejo y lento será el proceso de toma de decisiones y mayor será el desgaste para avanzar.  Si la solicitud de un profesional debe escalar 4 niveles para ser autorizada y estimamos que el trámite en cada nivel sea de sólo un par de días, el proceso puede tardar fácilmente 8 días hábiles ascendiendo o otros tantos en volver con el visto bueno, lo cual resulta excesivo desde cualquier punto de vista.

Lo mismo sucede cuando el poder de decisión se concentra en una sola persona que debe resolver  asuntos  de tan variada índole que le resulta imposible hacerlo con la suficiente rapidez; en muchas ocasiones necesitará aclaraciones e información adicional, pues es imposible que alguien sea experto en todos los campos. La velocidad es importante, pero también lo es el contar con todos los elemento de juicio necesarios para adoptar la opción adecuada.

Se aprende a decidir cuando se es joven y arriesgado; con el paso del tiempo, las personas se vuelven menos atrevidas, más prudentes y temerosas. El técnico a quien nunca se le dio la oportunidad decidir sobre cuestiones importantes de la empresa, el día en que finalmente ocupe un cargo de dirección, demostrará inseguridad y poca agilidad para decidir. Por eso es tan importante que en la formación que la empresa les dé a sus profesionales, fomente los procesos de toma de decisiones y esté dispuesta a aceptar algunos errores que se cometan. Quien nada decide y quien no corre riesgos, es el único que nunca se equivoca.

El apoyo de un grupo de técnicos y profesionales

En la medida que se asciende en los distintos niveles de la organización, las decisiones que deben tomarse son de mayor complejidad y trascendencia;  el apoyo de un grupo interdisciplinario de técnicos y profesionales en la solución de problemas, puede ser de mucha utilidad, así como las lluvias de ideas. Antes de asignar un cargo de dirección, evalúe la capacidad que el candidato tiene de tomar decisiones.

Tomado de: https://www.larepublica.com.co/portal/index.php/empresas/altagerencia/655-decisiones-rapidas-y-asertivas-clave-para-las-firmas