Sin cambios estructurales, persistirán antiguas tribulaciones y vicisitudes; en detrimento de la dignidad humana y el bienestar social, se diluyeron las promesas del modernismo (superávit de empleos y equidad del ingreso) por subordinar (y no facilitar) el trabajo ante el capital (y la tecnología).

Por ejemplo, la economía del conocimiento difuminó las mediciones de productividad laboral; entre tanto, los bonos por resultados perdieron sentido, incorporando indicadores ridículos y metas tan facilistas como cortoplacistas, incluso insostenibles. Fuera de control, garantizada la compensación (self-dealing), esta meritocracia defraudó, mientras los paquetes de remuneración crecían de manera desbalanceada entre los diferentes niveles de jerarquía, porque la moderación de lo necesario perdió valor ante la adicción especulativa de lo insuficiente: ese apetito por el ‘dinero rápido’ ocasionó una alteración comparable al desorden, desnutrición y malnutrición.

De hecho, altos directivos constituyeron acuerdos para congelar salarios y obstruir la movilidad laboral, en otra demostración de sus poderes; apología de la guerra por el talento, predicada y practicada por las empresas más admiradas de Silicon Valley, tal como evidencia el litigio Antitrust Hiring. Es el reflejo de una cultura cuya percepción de éxito justifica la colusión, aunque destruya pymes, abuse de los clientes (fijando precios) o manipule talentos (cuya retención forzada deteriora la innovación, derivada de la polinización cruzada, como sugiere la economía evolutiva).

Esta es la conclusión más crítica de mi interpretación de Piketty: esos ‘supergerentes’ –‘falsos positivos’– luchan por la defensa del libre mercado, para su bien exclusivo, aunque esto suponga romper sus propias reglas.

En Colombia, tenemos distorsiones laborales y tributarias que deben neutralizarse con regulación y reformas sustantivas, frustradas y reducidas a galimatías, ‘impuestas temporalmente’: máquinas ‘tapa-huecos’. Con tanta evasión ‘legal’ (paraísos) o poca moral (fraudulenta), sin voluntad política y empresarial, sin confianza ciudadana. El problema de creer en las colchas de retazos como soluciones es que resignan avances por retrocesos.

La creciente asimetría en la distribución de riquezas, incluso en países progresistas, reactivó debates sobre el establecimiento de controles de capital, impuestos a los dividendos y estímulos a la democratización de la propiedad, mediante subsidios al emprendimiento y la reducción del interés hipotecario, incluso ha sido considerada la intervención del mercado laboral y corregir la proporción salario mínimo/máximo.

Aunque parezca elevado el costo del cambio, es el precio de la paz y la prosperidad para todos. Entonces, no debemos ignorar los criterios de igualdad y necesidad (solidaridad). Este debate, polarizado por quienes lo catalogan hippie-yuppie, invita a superar el arrogante escepticismo y el irracional rechazo del statu quo, para que el progreso no sea una ilusión, fugaz y efímera, porque es necesario intervenir con genuino heroísmo gerencial: político y empresarial.

tomado de:https://www.portafolio.co/columnistas/%E2%80%98soy-capaz%E2%80%99-asimilar-otra-%E2%80%98deforma%E2%80%99-tributaria