Desde hace un par de semanas, se habla mucho del libro El capital en el siglo XXI, del economista galo Thomas Piketty, profesor de la Paris School of Economics (PSE). Es, actualmente, número uno en las ventas de Amazon.com, algo excepcional para un libro de economía. Este texto ha recibido una gran acogida en Estados Unidos, especialmente gracias al apoyo de tres ganadores del premio Nobel: Krugman, Stiglitz y Solow, quienes no escatiman en elogios al referirse al trabajo de Piketty. Así, esta columna intenta retomar varios puntos del libro y los aterriza a la actualidad colombiana.

En su texto, Piketty retoma datos fiscales desde hace 200 años para varios países (principalmente EE. UU, Reino Unido y Francia) con el fin de analizar la evolución de las desigualdades y, en particular, ver cómo evoluciona la participación en el patrimonio del 1 por ciento de los más ricos en estas naciones. Lo que muestra Piketty es que estamos volviendo al nivel de desigualdad que caracterizaba las sociedades europeas a final del siglo XIX. En esa época, dichas sociedades eran básicamente economías de rentistas con una movilidad social casi inexistente para los hogares que no tenían acceso al capital.

El mecanismo que resalta el autor es que fuera de periodos con eventos trágicamente excepcionales, como las dos guerras mundiales y la crisis de 1929, se observa empíricamente que la remuneración del capital tiende a aumentar más rápidamente que la tasa a la cual la economía crece, lo que favorece a los dueños de capital en detrimento de los trabajadores. Este mecanismo contribuye de manera acumulativa a exacerbar las desigualdades a lo largo del tiempo, aún más en periodos durante los cuales la economía crece a un ritmo débil del 1 por ciento. Eso hace que la fracción de la riqueza que pertenece al 1 por ciento de los más ricos, aumente y se desconecte rápidamente del resto de la economía.

Además, el otro fenómeno que resalta Piketty es que para EE. UU y los países europeos, los que componen el 1 por ciento, ya no son únicamente los dueños del capital, sino los dirigentes que califican como ‘súperestrellas’, quienes se llevan una buena fracción del valor creado por sus firmas. No obstante, hay muchas discusiones acerca de si estas ‘súperestrellas’ obtienen una remuneración desconectada de su productividad, pero este es otro debate.

Para Colombia, Facundo Alvaredo y Juliana Londoño, exestudiante de la Universidad de los Andes, quien hizo su tesis de maestría con Thomas Piketty en PSE, han estudiado en un trabajo disponible desde el 2013 las desigualdades en Colombia con este énfasis del 1 por ciento de los más ricos de la población. A partir de datos fiscales de 1993 hasta el 2010, muestran que este 1 por ciento de la población tiene un poco más del 20 por ciento de la riqueza del país, cifra elevada en comparación con otros países. Sin embargo, a diferencia de los resultados de Piketty para EE. UU y algunos países europeos, estos autores revelan que este 1 por ciento está principalmente compuesto por rentistas dueños del capital y muy pocos altos ejecutivos hacen parte de este grupo. Para terminar, resaltan que el sistema tributario en Colombia no permite reducir este alto nivel de desigualdad, lo que no es sorprendente dados los niveles de impuestos tan bajos.

¿QUÉ CONCLUSIONES PODEMOS FORMULAR PARA COLOMBIA?

Dado el nivel de desigualdad y el diagnóstico de que la economía colombiana es todavía una de rentistas, el panorama podría parecer oscuro. No obstante, la situación de Colombia presenta algunas ventajas. Primero, el país tiene la oportunidad de salir de una economía de rentistas y moverse hacia otra más equitativa, evitando esta etapa de las remuneraciones de las ‘súperestrellas’ que está afectando a EE. UU y a los países europeos. Segundo, la tasa de crecimiento es mayor que en los países citados, lo que puede constituir un factor de reducción de la brecha entre la remuneración del capital y la tasa de crecimiento de la economía. Tercero, hoy los niveles de imposición sobre el capital son tan bajos en Colombia que existe la posibilidad de incrementarlos con una reforma tributaria para rebalancear la senda de crecimiento de la economía y la manera con la cual se ‘distribuye la torta’, sin que haya una fuga de capitales. Más aún, los empresarios extranjeros que llegan al país suelen quejarse más de la calidad del capital humano que de los impuestos al capital.

Para volver al libro de Piketty, aunque el título es un guiño a la obra de Marx, el planteamiento que hace es para nada una propuesta de tipo socialismo del siglo XXI, sino que muestra que el capitalismo carece de mecanismos de autorregulación para hacer perpetuar sus virtudes. En otras palabras, el capitalismo muestra poca habilidad para, de manera simultánea, generar riquezas e implementar una repartición balanceada de estas.

Los defensores del sistema actual argumentarán que las desigualdades son necesarias, que constituyen el motor de los esfuerzos individuales y de la innovación que aporta bienestar a la sociedad, con lo cual estoy de acuerdo; pero si queremos conservar el capitalismo que nos gusta, es decir, basado en la meritocracia, donde los esfuerzos individuales y no la herencia de un capital son los principales determinantes de la riqueza de los individuos, hay que eliminar las trampas de pobreza que bloquean la movilidad social.

Por ende, implementar impuestos progresivos al capital para financiar bienes públicos como la educación, permitiría reducir las brechas de oportunidades en una de las sociedades más desiguales del mundo, lo que haría su capitalismo más sostenible y su desigualdad menos aguda y más legítima. Como lo explicó Stiglitz en Medellín, hace un par de semanas, un nivel tan alto de desigualdad ya no es motor, sino un freno para el crecimiento de la economía.

Tomado de: https://www.portafolio.co/opinion/analisis-desigualdad-e-impuestos