En este orden de ideas, tenemos que reconocer que los aspectos diferenciadores de los individuos que los hacen, a cada uno, único e irrepetible, se manifiestan, no solamente en términos de la morfología de las personas, sino en aspectos aún más significativos e inherentes a la naturaleza humana: su conformación intelectual y espiritual.

La forma como cada uno concibe el mundo y, con base en ello, construye conceptos, producto de su capacidad de abstracción, y la manera como se relaciona con ese principio creador que responde a sus necesidades transcendentes y que explican lo que las limitaciones de su naturaleza le impiden entender, son el agregado esencial que complementa la intelectualidad con la espiritualidad en un solo sistema cognitivo: razón y fe (San Juan Pablo II, FIDES ET RATIO. Septiembre 14, 1998)

Es, fundamentalmente, esa capacidad intelectiva y espiritual la que marca mayores diferencias: si en lo morfológico podemos apreciar que somos distintos (obesos, delgados, blancos, negros, etc.,), en lo intelectual, estas diferencias, se hacen aún más evidentes, no solamente en lo que atañe a la esencia de nuestra especie y la posibilidad de diferenciarnos de las otras que existen en la naturaleza, sino en el orden de nuestra individualidad personal y los aspectos intelectuales y espirituales que nos hacen verdaderamente distintos los unos de los otros. Nuestra diferencia genética con una mosca no suele ser muy grande (Véanse los artículos de Antonio García Bellido: Una mosca y un hombre se hacen con las mismas reglas). Es decir, en el orden de la morfología, determinada por aspectos puramente genéticos, para un extraterrestre que nos mirara desde el espacio, todos podríamos, en un principio, parecerle moscas.

Pero, nuestra producción intelectual, nuestro conocimiento del mundo, la forma como lo apreciamos y logramos abstracciones teóricas del mismo, son fundamentalmente distintas y reafirman, como ya hemos dicho, nuestra individualidad: “El hombre existe como ser único e irrepetible, existe como un «yo», capaz de auto comprenderse, auto poseerse y auto determinarse.”.(Doctrina Social de la Iglesia Católica, 131).

En este orden de ideas, partir de una concepción del desarrollo, sin tener presente algunos principios básicos de lo que podemos considerar como una ética de mínimos (Adela Cortina, Emilio Martínez. Ética, 117, Madrid, Akal, 1998) como se podrá deducir del avance de este documento, es prácticamente imposible. “Se hace necesario que, en los procesos de formación y actualización profesional, se construya conocimiento alrededor del tema, con el fin de suministrar a la sociedad líderes que procuren la permanencia económica de las organizaciones que dirigen y garanticen normas de convivencia que sean fundamento del desarrollo en función del libre ejercicio de las libertades individuales y su compromiso con el progreso de toda la comunidad.” (Jairo A Trujillo Amaya, Ëtica, Capital Social y Desarrollo, Curso de Ética Empresarial, Universidad de La Sabana, FORUM, 2006)

Responder a este reto formativo es fundamental y, para el caso que nos ocupa; Ética y Desarrollo, como objeto de estudio, es esencial, y atiende al logro de las metas que, en el orden de los alcances de los logros de Responsabilidad Social Empresarial e Institucional, la gerencia, debe enfrentar con decisión, para proyectarlo adecuadamente a la comunidad.

(continuará)

Tomado de: https://www.portafolio.co/opinion/blogs/carta-gerencia/etica-desarrollo-y-libertad-0