Los empresarios colombianos vienen desde la apertura económica de 1990 en una carrera contra el tiempo, haciendo más eficientes sus nóminas, actualizando sus equipos, adquiriendo tecnología, buscando economías de escalas. Para ello han ejecutado emisiones de nuevo capital, reinvertido sus utilidades, ejecutado alianzas e incrementado sus pasivos.

 

También critican los incentivos del Estado afirmando que generan más riqueza para los empresarios, sin considerar que estas medidas, en la última década, crearon millares de empleos y triplicaron los ingresos fiscales con los cuales se redistribuye la riqueza. El Estado solo puede redistribuir riqueza, no puede redistribuir pobreza, así lo ha demostrado el fracaso de las políticas comunistas.

 

También se critican a los empresarios agrícolas, entre estos a los cafeteros de los cuales hago parte como lo conoce todo el país. Generamos miles de empleos rurales, con lo cual se mitiga la pobreza de los campesinos. En una columna del lunes 1 de abril, en este mismo medio, se afirmó que para salir de la crisis cafetera solo era necesario incrementar la producción a 150 arrobas para aquellos campesinos con dos hectáreas. Vana ilusión por la imposibilidad de ejecutarse.

 

El 88% de los campesinos cafeteros, según la Federación de Cafeteros, tienen en promedio menos de una hectárea de cultivo -la mayoría de estos últimos solo media hectárea-, no tienen vivienda en su predio, lo que impide la supervisión, y son ancianos con promedio de edad superior los 60 años. Además, a los precios actuales del café solo reciben, en promedio, el 20% de un salario mínimo incluidas prestaciones y parafiscales. Estas razones y el despilfarro de los impuestos forzosos que le entregaron los campesinos al Fondo Nacional del Café son la causa de que la caficultura vaya hacia un punto de no retorno. Así lo comprueba la gravísima caída de la producción y lo afirman distinguidos columnistas de los medios económicos.  Hagamos crítica, esta es necesaria, pero que sea fundamentada y constructiva.

 

“Palo porque remas y palo porque no remas”. Con razón afirmó un conocido empresario colombiano en una de las cumbres que se citan en Cartagena: “en el mundo se admira y respeta al empresario que genera riqueza” – y con ello empleo e impuestos para redistribuirla- mientras en Colombia se denigra de él”.

 

El empresario colombiano no solo es eficiente sino que también tiene que sobreponerse a sus detractores y a la ineficiencia del Estado. Tenemos la moneda más sobrevaluada del mundo, y las tarifas de energía  y sobrecostos de nómina más altas de América. Además, las peores vías del continente que encarecen desproporcionadamente el transporte y una inseguridad rampante tanto en las zonas rurales como en las urbanas.

 

Con razón un conferencista que visitó a Colombia tiempo atrás, afirmó: “iba a hablarles del milagro alemán después de la segunda guerra mundial pero mejor voy a hablar del milagro colombiano: “¿cómo han sido capaces de ser exitosos los empresarios de Colombia en un medio tan hostil?”.

 

Lo primero que tenemos que hacer los colombianos es respetarnos los unos a los otros y ser honestos con nuestras afirmaciones. Pedro el apóstol no se imaginó un Vaticano millonario vendiendo falsas indulgencias. Tampoco los fundadores de la Federación de Cafeteros, ni el mismo Gobierno, se imaginaron a los campesinos cafeteros llevados a la miseria por los despilfarros y desaciertos de la institucionalidad. Pero es la triste realidad.

Tomado de: larepublica.co