En un recorrido por una librería copié una frase atribuida al presidente de Rusia, Vladimir Putin: "el que quiera restaurar el comunismo no tiene cabeza, pero el que no lo eche de menos no tiene corazón".
 

La frase cae 'como anillo al dedo' para hacer referencia al momento que está viviendo nuestro país con la protesta de los cafeteros, en la que hay un cruce de sentimientos y emociones que se enfrentan a una idea de lo que los economistas llaman racionalidad.
 

En otras palabras, es la sensación de nostalgia que da ver a los productores de café enfrentándose a la Policía, y luego hacerse la pregunta ¿deben los colombianos financiar (para otros, subsidiar) a un sector que, por razones del mercado, su negocio entró en dificultades? Una cosa muy distinta sería que una emergencia imprevista los hubiera llevado a tales problemas.
 

El análisis que se debe hacer sobre el asunto no es simple ni de poca monta, pues no solo compromete la función misma del Estado, sino que abre las puertas para que otros productores reclamen el mismo tratamiento. Ya se está viendo el intento de los cacaoteros, arroceros, lecheros y algodoneros, y en el futuro la lista sería interminable. Las industrias también entrarían con los mismos 'derechos' alegando los más variados motivos, dentro de los que está la apreciación de la tasa de cambio.
 

No se necesita ser sabio o tener un doctorado para saber que ningún país, gobierno o sociedad resiste un modelo de subsidio cada vez que alguien está en problemas. Existió en el pasado y se comprobó que el remedio resulta peor que la enfermedad. Cerquita de nosotros, y en los países adelantados.
 

Claro que el Estado debe ayudar a enfrentar los problemas del sector productivo y, en particular, el apoyo al campo es clave para impulsarlo, pero debe haber claridad y un gran sentido social. La asistencia se da por igual cuando se trata de bienes públicos en los que no se puede discriminar, como la infraestructura y algunos servicios, pero no específica. Y debe haber una contraprestación.
 

Argumentar que Estados Unidos y la Unión Europea subsidian la agricultura no tiene sentido de proporción o de justicia social. En nuestro caso, la prioridad es otra, en particular la atención en salud y educación, que sin duda deben ser las preocupaciones centrales del Estado. En esos países no hay analfabetismo y los niños no sufren de diarrea o gastroenteritis crónicas. Desafortunadamente aquí sí ocurre.
 

Los cafeteros tienen problemas, no cabe duda, pero la solución definitiva la tienen ellos, no el Presupuesto Nacional, pues es sencillamente injusto con el país que se institucionalice un subsidio para cada cosecha.
 

La Federación de Cafeteros es un gremio privado y la evaluación de su gestión la deben hacer sus afiliados, no los ministros o el Congreso. Como observador, creo que no sale bien librada, pues el gremio llegó a ser un grupo económico poderoso que se derrumbó estrepitosamente. Tan grande que tuvo naviera, banco y corporaciones financieras, y mucha tierra. ¿Qué pasó? Sin duda, ahí está buena parte de las razones que explican las dificultades, que no se dieron de la noche a la mañana, sino que se gestaron con el paso del tiempo.

Tomado de:portafolio.co